viernes, 18 de noviembre de 2016

Suárez evitó un referéndum sobre la Monarquía porque las encuestas eran contrarias

MADRID.- El expresidente del Gobierno Adolfo Suárez admitió durante una entrevista en 1995 que se planteó convocar un referéndum específico sobre la Monarquía, pero que no lo hizo porque las encuestas que manejaba daban ventaja a los partidarios de una república, algo que no deseaba.

En una conversación hasta ahora inédita con la periodista Victoria Prego que este vienes emite La Sexta, Suárez, considerado como el gran impulsor de la Transición, admite que los líderes extranjeros presionaban para que se celebrase un referéndum y explica que era Felipe González el que les aconsejaba que lo hicieran.

La confesión de Suárez tuvo lugar durante una entrevista para la televisión, pero en un aparte. De hecho, el expresidente llega a tapar el micrófono con la mano para que no quede grabado, aunque no lo consigue. Esa parte, en cualquier caso, no ha sido emitida hasta ahora.

"La mayor parte de los jefes de Gobierno extranjeros me pedían un referéndum sobre monarquía o república", asegura en esa conversación Suárez. "Claro, y eso era peligrosísimo en ese momento", argumenta, y revela: "Hacía encuestas y perdíamos".

Por eso, buscó la fórmula de evitar el referéndum y la encontró en la Ley para la Reforma Política, aprobada en referéndum el 15 de diciembre de 1976. "Yo metí la palabra Rey y la palabra monarquía en la Ley... y así dije que había sido sometido a referéndum ya", admite el expresidente.

El Rey está desnudo / Ramón Cotarelo *

La modernidad llegó por fin a San Pedro de los Aguados, si señor. Como en los mejores tiempos del Invicto, paralizaron todo el centro de Madrid, hicieron una parada militar y se constituyeron solemnemente mientras los ciudadanos se buscaban la vida en el endemoniado lío de tráfico. A lo mejor es cosa de llevarse las Cortes completas a la Casa de Campo, ¿por qué no? O, si se dejan donde están, inaugurar las legislaturas por lo civil, sin pompa y circunstancia, que suelen ser caras, engorrosas y aburridas. Y se prestan a unas arengas ampulosas repletas de vulgaridades y de ambigüedades, si no directas mentiras.


El discurso del Rey fue el discurso de Rajoy. Punto por punto. Y con sus mismas expresiones. El monarca se declara comprometido con los principios del "régimen constitucional" que él encarna: "soberanía nacional, separación de poderes y Estado de derecho". Nada de eso es cierto, sino ficticio: la soberanía nacional hacia fuera es inexistente y hacia dentro, problemática; la separación de poderes en la pasada legislatura no existía y en la presente todavía queda la fuerte relación entre el poder judicial y el TC con el gobierno. En cuanto al Estado de derecho, una quimera.

En todo caso, esa parte del real perorar es el equivalente al exordio en el discurso. Lo bueno viene después, en la exposición o narración, que es un relato de la España contemporánea desde la transición en los términos hagiográficos de costumbre, sin mencionar siquiera la cuestión de la memoria histórica. El relato de la derecha, al final del cual siempre hay alguien diciendo eso de que "algunos solo se acuerdan de sus padres..., etc.". Hay que mirar el futuro, dice el Rey porque España es una gran nación, término habitual en las apagadas soflamas de Rajoy.

En la subsiguiente argumentación, el Rey se precia del Estado del bienestar en España y aspira a que la corrupción pase a la historia. Los cortesanos se hacen cruces del valor real al mencionar dos temas que se suponen incómodos para el el gobierno. Ni de lejos. Rajoy ataca con su ojo derecho el Estado del bienestar que defiende con el izquierdo, el que guiña. Y en cuanto a la corrupción es ya el abanderado de la iniciativa de convertir la corrupción en historia. Comparte esa honra con Rita Barberá, que ayer se paseaba por el Parlamento, feliz de encontrarse en casa. El Rey dice ser neutral, pero su voz es la del presidente del gobierno autofelicitándose.

En la peroración el Rey se ha deshecho en alabanzas a la infinita variedad y diversidad de España y sus Comunidades Autónomas y la firme voluntad de seguir todos juntos mientras cultivamos nuestros respectivos jardines. España en singular, esa que, en hallazgo feliz del perorante, "no puede negarse a sí misma". No, claro, ni España ni mi gato. ¿Y no hay aquí cierta alegría en reconocer demasiada diversidad y variedad que alimentará las pretensiones nacionalistas que SM no ha mencionado?

No haya miedo. El Rey sabe el terreno que pisa. Lo dice claro, aunque con retorcida sintaxis: "España (...) de la que el Rey, como Jefe del Estado, es símbolo de su unidad y permanencia". Y lo dice al principio. Mucho ojo, que este es como los anteriores, vacío pero mal intencionado.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED