Que el Rey pueda ser un imbécil o un
criminal capaz de homenajear en España a los compañeros de quienes su
protector Franco asesinó a mansalva y cuyos huesos yacen aún en fosas
comunes en todo el país está dentro de la naturaleza de las cosas. Hasta
es probable.
Que
al gobierno de mangantes neofranquistas esto no le produzca reparo
alguno y hasta le parezca bien, también es muy probable dado que está
compuesto de nacionacatólicos y fascistas más o menos nostálgicos, a
quienes la coherencia ética nunca ha parecido asunto de interés porque
desconocen qué sea la ética, la conciencia u otras zarandajas. Si hay
que disimular y hacer como que la justicia y los derechos humanos nos
importan, se disimula y se hace. Al fin y al cabo, lo suyo es robar.
Que
la oposición -en gran medida heredera de los héroes de la Nueve en
París y de los asesinados en el genocidio franquista- todavía no haya
dicho nada, ni protestado siquiera, demuestra su grado de abyección
moral, habiendo cambiado un lugarcejo al sol de las elecciones por su
responsabilidad por el restablecimiento de la justicia en nuestro país.
Demuestra que no solamente no tiene valor para presentar una moción de
censura, sino que también carece de él para respetar sus propios ideales
y la memoria de quienes murieron por ellos. O sea, que es tan escoria y
bazofia como la corona, el gobierno y su partido.
Que
los medios no den la noticia, no digo ya completa, como aquí, sino ni
siquiera manipulada, censurada, por temor a que la gente ate cabos,
demuestra que, si los políticos de la oposición son miserables y
cobardes, los periodistas lo son por partida doble porque su deber es
precisamente este: informar de algo que tiene una indudable
trascendencia.
El
Rey homenajea en París a los republicanos españoles, compañeros de los
cientos de miles que los fascistas también españoles asesinaron y
enterraron en fosas comunes y que el gobierno de este Rey y él mismo
siguen negándose a desenterrar y hacerles justicia.
Los viejos soldados nunca mueren
Esta línea de la antigua balada antimilitarista, reconvertida luego en timbre de honor por el general MacArhur en la guerra de Corea, se aplica a la inenarrable ceremonia de esta semana en la que Felipe VI homenajeó en París a los combatientes españoles republicanos de la novena compañía de la división Leclerc y haciéndolo, si no yerro, bajo los colores de la bandera de quienes los expulsaron de su país. Aquí solo una reflexión complementaria, para ver más de cerca esta vergüenza de la Gran Nación.
La
Europa de hoy es el resultado de la derrota del fascismo. España lo es
de su victoria. Allí ganaron quienes aquí perdieron. No compartimos
memorias. No compartimos nada. En Europa abundan los recuerdos,
monumentos, homenajes a los antifascistas. No hay ninguno que honre la
memoria de los fascistas. Aquí es al revés: apenas dos o tres placas y
recuerdos a los antifascistas, generalmente por iniciativa municipal, y
una plétora de monumentos, calles, plazas, arcos, fuentes, paseos y
hasta pueblos enteros dedicados a honrar la memoria de los fascistas. La
historia la escriben los vencedores y, por eso, el arco de La Moncloa, a
la entrada de Madrid, sigue llamándose Arco de la victoria.
Felipe
VI hiló un discurso vergonzoso. Por el contenido y por la
circunstancia. Citó como si fuera motivo de orgullo, la presencia en
Francia de artistas e intelectuales españoles, entre los que mencionó a
Picasso, Dalí y Machado. Pero no dijo nada de las razones de la marcha
de muchos de ellos. Y eran poderosas. Le ofrezco un par de ejemplos, entre otros posibles, por si las
desconoce. Julián Zugazagoitia y Lluís Companys eran dos españoles que
también se fueron a Francia en aquellos años. Los ocupantes alemanes los
capturaron, se les entregaron a Franco y Franco los hizo fusilar.
¿Entiende S.M. por qué se iban los españoles, incluidos los combatientes
de la Nueve?
Pero
hay más. Hay la circunstancia. Casi nadie subraya el hecho
verdaderamente aleccionador de que el discurso de Felipe VI se hiciera
en presencia de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, nieta de exiliado
político del franquismo e hija de emigrante económico de ese mismo
franquismo. El franquismo que nombró Rey a su padre.
No, los viejos soldados nunca mueren. Solo se difuminan.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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