Ha sido la primera Fiesta Nacional del Rey Felipe VI y, aunque todo
discurrió con normalidad, el verdadero desfile de los problemas de
España va por dentro y en las altas esferas del poder lo saben, mientras
disimulan y aparentan el control de la situación, lo que no es verdad.
La pieza maestra sigue siendo la economía y el empleo, porque si no
mejoran y los ciudadanos no lo perciben con nitidez la desesperanza
abrirá de golpe las compuertas de la inestabilidad.
Pero las buenas noticias que anuncia Rajoy no coinciden con las que
llegan de la UE. Por eso a las puertas del Palacio de Oriente, donde el
Rey Felipe VI ofreció la tradicional recepción del 12 de Octubre,
montaban la guardia las cuestiones políticas candentes que se suman a
las de la economía y el paro: el hundimiento del bipartidismo y el
desprestigio de la clase política, el desafío independentista catalán,
la inagotable corrupción, la debilidad de La Corona, la crisis del Ébola
-como símbolo y señal del agotamiento del Gobierno-, y el gran ruido
sin y la cacería sin cuartel que emana de los grandes medios
audiovisuales donde los poderosos han perdido el control y el Gobierno
la batalla de la comunicación, ante el desastre total de esta política
de La Moncloa.
Pero de todo hay en ‘la viña del Señor’. Por ejemplo, la noticia de
que una enfermera de Dallas ha resultado contagiada de Ébola, tras
asistir en la cura de una persona infectada por este atroz virus, ha
demostrado que nadie, ni siquiera los poderosos EE.UU. están a salvo de
un error o de un brote no controlado de la infección. Y ¿considera por
ello el jefe del PSOE, Pedro Sánchez, que Barack Obama
o su ministro de la Sanidad deben dimitir? El líder del PSOE ha perdido
en este caso la prudencia que adornó su primera intervención sobre esta
crisis y sin ni siquiera hacer la pregunta de rigor: ¿por qué -al
menos hasta ahora- solo hay una persona contagiada de entre las más de
cuarenta que atendieron a los dos misioneros infectados y fallecidos por
el Ébola en Madrid? Algo se habrá hecho bien aunque se pueden haber
cometido errores no queridos como en Dallas, y siempre hay cosas que
mejorar.
El liderazgo político no se aprende en cien días, porque dice Pedro
Sánchez que los ex presidentes no deben disfrutar de pensiones oficiales
si están en empresas privadas, salvo Felipe González (sic). Añade que
los imputados en escándalos de corrupción no deben asumir
responsabilidades hasta que llegan a juicio, salvo ciertos casos que
desde luego no son los de Chaves y Griñán aforados en el Paramento a la
espera del Tribunal Supremo (sic). Concluye Sánchez que está a favor de
la unidad de España pero protege al PSC que defiende el derecho a la
autodeterminación de Cataluña (sic).
Nadie puede tirar, en el mapa político español, la primera piedra, a
pesar de que en pos de las altas audiencias mediáticas y del
protagonismo político hoy día asistimos a más de una lapidación y a
carreras y codazos para alcanzar las ventanillas de los tribunales,
donde ahora pasa el tiempo UPyD presentando demandas contra casi todo
(¿se personó Rosa Díez en la acusación contra la Infanta Cristiana, o sigue pensando que don Juan Carlos
‘está muy guapo’? Díez pretende hacer olvidar los problemas y malos
modales internos de su partido y el hecho de que ni ella ni UPyD
consiguen atraer los votos que huyen del PSOE y del PP.
Al final solo le queda el pacto con Ciudadanos y entregar el liderazgo a
Albert Rivera, si quiere la credibilidad necesarias para recuperar el
centro político, que se les ha escapa de las manos al PSOE y al PP.
Un PP de Rajoy, que se agarra desesperadamente al diario El País,
de Cebrián, a quien la vicepresidenta Sáenz de Santamaría escolta como
una aplicada alumna después de un mutuo intercambios de regalos y
parabienes y tras la liquidación o marginación del poco periodismo
independiente que va quedando en España. Y una vez que La Moncloa y sus
huestes de publicistas en medios públicos y privados ha fracasado de
estrepitosa manera en el campos de la comunicación. Solo les queda
Cebrián y mientras tanto palos a Mato, Cañete, Gallardón, Aguirre,
Cospedal y, finalmente, palos y menos votos para Rajoy. Y todavía hay
algunos o algunas en el PP que piensan que todo ello les puede
beneficiar.
Rajoy escribió en el diario gubernamental El País una
tardía y empalagosa carta de amor a Cataluña, a ver si con semejante
serenata atrae a La Moncloa a Artur Mas en el día después del fracaso
del referéndum del 9 de noviembre. De hecho, en La Moncloa están
asombrados porque Mas avanza como un zombi hacia el precipicio sin
anunciar la retirada de la consulta. ¿Hasta donde quiere llegar se
preguntan en Moncloa? Lo que Mas quiere hacer es rendirse en la compañía
de todos sus cómplices independentistas para compartir la
responsabilidad de haber engañado al pueblo catalán y no quedarse solo.
Y, luego, querrá sustituir el referéndum por elecciones plebiscitarias
si, al final, sus compañeros de viaje aceptan la lista que él propio
Artur Mas pretende encabezar, para salvar a CiU de la derrota a manos de
ERC.
Rajoy no leyó bien la situación, abusó de la mayoría absoluta,
despreció a los suyos y a sus adversarios y se declaró ‘independiente’
de todo el mundo y ahora no tiene quien le escriba con criterio y
credibilidad y avanza como un autómata hacia las citas electorales de la
primavera de 2015, y donde los de Podemos esperan darse un festín si
finalmente se atreven -eso está por ver- a acudir a los comicios locales
y autonómicos del próximo mes de mayo.
La clave de bóveda de este laberinto español que nos conduce a nadie
sabe dónde, dicho está al inicio de este artículo, reside en la mejora
de la economía y el empleo. Si nuevas y buenas señales aparecen en el
horizonte la situación empezará a cambiar y mejorará la estabilidad
social e institucional del país, porque la paciencia se agota, crece el
ruido y se ha desbordado el cáliz de la indignación y solo falta que
todo ello llegue a las calles como una riada de imposible control.