Aunque mañana, 19 de agosto, solo harán sesenta días de la proclamación
de don Felipe como Jefe del Estado, no es necesario esperar a los
tradicionales y obligados cien para hacer un balance de su gestión como
primer mandatario español. Por una muy sencilla razón: él no gobierna.
Su papel, como todo el mundo sabe, es de representación.
A pesar de que la prensa aplaudió, entusiasmada, su primera visita
oficial a un país tan complicado y conflictivo en su relación con España
como es Marruecos, destacando los “éxitos” conseguidos, lo cierto es
que nada de nada. No solo todos los problemas pendientes siguen igual
sino que, en algunos aspectos, peor.
Para empezar, el acuerdo de pesca, del que se beneficiarán 126 barcos
españoles y que se anunció como uno de los logros de la visita de don
Felipe sigue sin entrar en vigor.
Con respecto a la inmigración ilegal, la permisividad de las
autoridades marroquíes, que es tanto como decir el rey, ha llegado a ser
tan crítica, desde la visita del Jefe del Estado español, que, incluso,
agentes de la policía marroquí alentaron y promovieron estos días la
agresión a la activista española Maleno que había acusado a las
autoridades de Marruecos de no impedir la oleada de pateras de juguete
que ponía en peligro la vida de estos subsaharianos.
De la flexibilidad de los controladores se ha hecho eco hasta el New York Times
para demostrar el descontento con España. Hasta ahora, Rabat no ha
depurado responsabilidades ni el gobierno español se lo ha exigido, of
course.
Lo único que don Felipe ha hecho y en ello está, es poner orden en la
Familia Real, con una serie de disposiciones muy bien recibidas.
Algunas, tiempo al tiempo que el tiempo dirá. Pero la buena voluntad
como el valor al soldadito español, se le supone.
Con las vacaciones en Palma, la “transparencia” parecía empezaba a
ser una realidad. No solo por reconocer eso tan cursi de “Mallorca era
un pedazo de cielo en la tierra” sino por manifestar su agradecimiento a
las autoridades mallorquinas “por permitir que pasemos unos días tan
agradables aquí”.
Pues más bien va a ser que no han sido tan agradables porque
siguiendo la costumbre de todos los años, la estancia ha durado un poco
más pero no mucho. A lo peor, la compañera Rigalt tenía razón cuando
escribió que Letizia “siempre acaba haciendo su real gana”.
Después de dejarse ver en actos oficiales, como la recepción en
desagravio por aquello de que Palma no era un lugar de vacaciones, se
quedaron tan contentos. Lo que habría que preguntarse si los
mallorquines también. Además, en una excursión con las niñas y bañándose
en una cala de la isla de Cabrera junto con doña Sofía y a don Felipe
participando en el campeonato de vela que lleva su nombre.
De repente, silencio total. De la noche a la mañana, el núcleo duro de la Familia Real (Felipe, Letizia y las hijas), don Juan Carlos no cuenta y doña Sofía mucho menos, desapareció sin que nadie supiera dar razón: ni del día ni de la hora ni adonde.
Lo sorprendente es que ninguno de los enviados especiales a Palma,
tan eficientes y algunos bastante cortesanos, reseñaran en sus crónicas
la marcha. Porque tuvieron que ser en dos aviones por aquello de que el
titular y su heredera no deben viajar juntos.
“Digamos que fue cualquier día de la pasada semana”, me informaron en
La Zarzuela, sin precisar más. Ante mi pregunta de donde se encontraban
en estos momentos, lo único que pudieron “confirmarme” , hoy lunes,
18, a las 13:47 horas, es que don Felipe “estaba en el despacho”.
Pero, ¿dónde habían estado antes? ¿dónde se encontraba la inefable
consorte y sus hijas? Estoy seguro que conociendo la honestidad y
calidad profesional de Jordi Gutiérrez, Jefe del Departamento de
Relaciones Exteriores con la Prensa, no es que no quisiera es que ¿no
sabía?, ¿no podía? ¡Ay! querido, las servidumbres del cargo.
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