La determinación del jefe del Estado de continuar en el puente de derrota (¡ojo que este término marinero tiene su aquel!) viene a zanjar una de las muchas polémicas estériles que de cuando en vez surge por este siempre inquietante país sureño.

¡Ni hay abdicación, ni la habrá! Vino a concluir Don Juan Carlos, muy mejorado físicamente, en su histórico mensaje navideño. Y eso que consintió en citar al Heredero en eso tan emocionante y directo como “España es una gran nación, por la que merece la pena luchar y quererla…”. Punto. Una mención medida y tabulada pero nada más Punto.

Los enemigos ultras de la Princesa Letizia –a la que consideran el eje del mal ambicioso y prematuro- se han lanzado a su yugular y aplauden la medida retardataria a la espera de que reflexione sobre sus presuntas posiciones “progres” –que están por ver- en una serie de asuntos que, sinceramente, preocupan poco o muy poco a la ciudadanía española de la actual hora. Y mucho menos a las nuevas generaciones sobre las que teóricamente un día reinará.

Sobre la antigua periodista se ventean tantas cosas a diario que al final el escribidor tiene la tentación de admirarle en la distancia porque ni pertenezco ni me interesa pertenecer a esa corte privativa de la que dicen se ha rodeado para conspirar… vanamente.

Soy de los que creen que la Monarquía sólo sobrevivirá si es capaz de transmitir al pueblo que le sirve, y que su coste se compadece con sus resultados. Desde luego, si por acción o por omisión un día el Estado –o mejor dicho la Nación- que un día recibieron en herencia salta por los aires, durarán menos en desinflarse que un mal souflé.

Lo demás, son bernardinas.