lunes, 23 de septiembre de 2013

La monarquía pasmada / Antón Losada *

En este mundo moderno y raro una institución sabe que ha tocado fondo cuando tiene que andar negando oficialmente hasta lo que suelta cualquier badanas en las redes sociales. Zarzuela ha dado una rueda de prensa para acallar a Twitter, Facebook y Tuenti y desmentir tajantemente la abdicación. Zarzuela no ha tocado fondo, directamente se hunde en la Fosa de las Marianas. Con ese entusiasmo tan monárquico que caracteriza a la mayoría de los medios, se nos ha informado de que era la primera rueda de prensa convocada jamás por la Casa Real. A nadie se le ha ocurrido pensar que tanta opacidad constituya parte del problema y mejor sería no insistir en un dato tan poco edificante.

"Váyase Don Juan Carlos, váyase"' corea la parte más rancia de los monárquicos y la derecha ultracasposa. "Aguante, Don Juan Carlos, sea fuerte", anima otra parte de los monárquicos, inquietos ante la figura de un príncipe de quien nadie sabe bien cómo o qué piensa sobre política o economía. Solo sabemos seguro que habla inglés fluido, algo que está muy bien y resulta muy útil, pero solo impresiona a quien no sepa inglés.

El problema mayor hoy no reside en quién ocupa el trono. El problema está en la institución. Quién piense que cambiando al monarca, se limpia, fija y da esplendor a la monarquía, no se ha enterado de que España no es lo que era. Las instituciones deben generar equilibrio, reglas y certidumbre. Si no lo hacen, se vuelven inútiles y como todo lo inútil, antes o después, desaparece.

La monarquía hoy crea más desequilibrio que equilibrio. Cuando la Casa Real dice transparencia, en realidad dice que va a desvelar alguna cosilla y lo poco que cuenta acaba oscureciendo aún más lo mucho que calla. Una conseguidora internacional puede iniciar una tormenta institucional armada solo con un Vanity Fair. En las comparecencias reales, cada vez más gente mira alrededor buscando la cámara oculta.

Las reglas que rigen el funcionamiento de la Casa Real siempre han sido discrecionales y arbitrarias. Pero ahora se percibe con mayor claridad. El caso de la infanta y sus sucesivos exilios dorados en Washington y Suiza representa el ejemplo más acabado de arbitrariedad incomprensible para la mayoría. Pero no el único. El encubrimiento de Urdangarin, o los negocios y trapicheos en una corte que se nos decía que no existía emergen como esa basura que nunca se acaba de sacar. Si algo sabemos hoy es que la Justicia no es igual para todos, majestad.

La monarquía española se ha convertido en una fuente constante de incertidumbre. Nadie sabe donde saltará el próximo escándalo, o la siguiente boutade, o la próxima frivolidad. Estamos todos muy cansados y hartos de tonterías. Mientras la monarquía no se sacuda el pasmo y entienda eso, solo perderá su tiempo y el nuestro. 

(*) Periodista y profesor universitario