viernes, 13 de septiembre de 2013

El príncipe queda tocado / José Jaume

Cuentan que en 1976, la noche del referéndum en el que se aprobó por una mayoría del 90% la Ley para la Reforma Política, cuando todavía no había transcurrido un año de la muerte del general Franco, el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, pletórico, fue invitado a cenar en el palacio de la Zarzuela por el rey Juan Carlos. También se sentaba a la mesa don Juan de Borbón. Suárez, en un momento dado, al comentar los resultados del referéndum, exclamó: 

"El franquismo ha desaparecido", a lo que el rey, complacido, asintió con amplia sonrisa. El corrosivo contrapunto lo puso el conde de Barcelona, quien, para estupefacción del monarca y del presidente, espetó: "Todavía no; quedáis tú y mi hijo". No consta cuál fue la reacción de los aludidos, fulminados por el certero mandoble propinado por don Juan.

La historia, cuya verosimilitud se da por cierta, viene al caso por lo sucedido el sábado en Buenos Aires. El príncipe de Asturias, según general aceptación, tuvo una magnífica intervención en la presentación de la candidatura madrileña, que contrastó llamativamente con la del presidente del Gobierno y la de la alcaldesa de Madrid. Dicen que Felipe de Borbón encarnó nítidamente el futuro; su exposición fue lo único digno de ser comprado de la delegación española. Quienes quieren salvar de la quema a la Corona (entre otros, José Antonio Zarzalejos, antiguo director del diario ABC, y uno de los mejores analistas políticos españoles, situado en el campo de la derecha) ven en el nieto de don Juan la figura que el momento requiere. 

El conde de Barcelona recordó al rey y a Suárez cuáles eran sus orígenes. Es verdad que don Juan Carlos obtuvo la legitimidad que ansiaba en el referéndum constitucional del 8 de diciembre de 1978, a la que hay que añadir la moral que le proporcionó su actuación en el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Es igualmente constatable que los ciudadanos españoles no hemos tenido en ningún momento la posibilidad de expresar con nuestro voto si aceptamos la monarquía o nos decantamos por la república. La Constituciónvigente instauró la monarquía parlamentaria como hecho consumado: los militares de entonces, franquistas casi todos, no toleraban alternativa distinta a la designada por el "caudillo".

De ahí el oportuno recordatorio de don Juan en la cena de la Zarzuela y, casi cuarenta años después, la definitiva salida a escena de Felipe de Borbón, quien, si se cumplen los preceptos constitucionales, será el rey de España cuando fallezca don Juan Carlos o cuando abdique, alternativa que dan por hecha quienes algún contacto mantienen con la Zarzuela. Lo malo es que el rol protagonista del príncipe de Asturias, se ha saldado con un monumental fiasco. Lo habrá hecho todo lo bien que se quiera, y no hay duda de que su exposición, plurilingüe, fue brillante, lo que se pudo constar en la desmesurada emisión en directo de TVE, cuyos directivos debían dar por hecha la elección de Madrid dado el despliegue, pero el resultado es el que es: la candidatura española fue apeada a la primera, sin contemplaciones. 

Cosechar los mismos votos que la Estambul de Erdogan, déspota por vocación, apenas el 25 por ciento de los miembros del Comité Olímpico Internacional, es un desastre. Fallaron hasta los apoyos de los socios de la Unión Europea, puesto que nada menos que París, Berlín y Roma quieren organizar los juegos de 2024. El trabajo de persuasión de Felipe de Borbón en la política internacional, más allá de los protocolarios actos de toma de posesión de los presidentes latinoamericanos a los que asiste, no ha dado resultado. Queda marcado por ello, aunque su responsabilidad no sea la de otros concernidos por el marasmo.

Lo sucedido es un problema añadido para la Corona, uno más que sumar a los que la han cuarteado, a los que han hecho que su aceptación entre los españoles se haya reducido sensiblemente. En la Zarzuela deberán meditar si no ha llegado el momento de dejar en el limbo que, con cuarenta y cinco años cumplidos, sin pecados originales que redimir, le hace estar expuesto casi sin protección a los continuados despropósitos que se vienen cometiendo, uno tras otro y aparentemente con un quebradizo propósito de enmienda.

El príncipe de Asturias regresa tocado de Buenos Aires. A don Juan Carlos no se le ha visto. Fue Felipe de Borbón quien informó a los periodistas que había hablado "con el rey y la reina" y que ambos habían manifestado su profunda decepción. Al príncipe le correspondía encabezar la delegación española, por la precaria condición física de don Juan Carlos, pero si no se tenía la certeza de que los Juegos se le concedían a Madrid, lo prudente era acotar su actuación para evitar lo que ha ocurrido: que el fiasco le salpique. Encima, fue él quien protagonizó la rueda de prensa posterior, quien tuvo que pronunciar las tópicas frases al uso cuando el batacazo alcanza proporciones descomunales.