De vez en cuando en cuando se reaviva en España el debate sobre si
debemos seguir con una monarquía o nos convine más una república. Dentro
de los partidarios de la república, concretamente, los socialistas,
algunos lo son de una de corte federal. La polémica es especialmente
vivaz en los artículos de opinión y en las tertulias radiofónicas y
televisivas cuando se acerca el 14 de abril, como ha pasado estos días
atrás.
Vamos a analizar ahora el régimen político español.
Está establecido en España un sistema político en el que
el Estado está articulado sobre la base de una monarquía
constitucional. El rey encarna la figura de jefe del Estado. El
territorio está dividido en una serie de autonomías, cada una de ellas,
con sus parlamento, gobierno y estatuto cuyo articulado puede diferir
sustancialmente de uno a otro. Dentro de estas autonomías hay dos,
Euskadi (como se llama en batúa) y Navarra, que tienen un régimen
especial, cuya mayor diferencia con las otras es que recaudan los
impuestos de sus ciudadanos y mediante un pacto con el Estado, que se
renueva periódicamente, le entregan una parte de lo recaudado,
quedándose con el resto del que disponen libremente.
Bueno, vamos a ver cómo es la cosa en la práctica. La
realidad es que el rey como jefe del Estado, además de la representación
del cargo, sólo tiene una función evidente y de la que sólo ha hecho
uso en una marcada ocasión: la de jefe de las Fuerzas Armadas. El resto
de las funciones que detentan las jefaturas del estado en otros países,
las tiene aquí el presidente del Gobierno. Las autonomías, por otra
parte, asumen competencias trascendentales, como son la sanidad y la
educación y dos de ellas, también la de hacienda. Las competencias
autonómicas vigentes en España ya la quisieran tener en algunos de los
estados federales que existen en el mundo.
Por lo tanto en la práctica el régimen político que
tenemos en España es el de una república coronada, cuyo jefe del estado
lo es también del gobierno (exceptuando los cargos simbólicos de
representación y de jefe de las Fuerzas Armadas, que lo asume el rey).
Esta república es confederal, puesto que las autonomías tienen
competencias propias de estados federados. Y digo confederal, porque no
todas las autonomías, y por ende sus ciudadanos; tienen las mismas
obligaciones y derechos con el Estado central.
Dicho esto, suponiendo que desde la monarquía actual
pasáramos a una república confederal, ¿en qué cambiaría la cosa? Pues
solamente en que cada tiempo (cuatro, seis años…) habría una elecciones
para nombrar a un presidente de la república de entre los ciudadanos.
Por ejemplo, en vez de tener a Juan Carlos, podríamos tener a D. Cayo
Lara (por hablar de uno de izquierdas) o a Doña Celia Villalobos (por
poner a una de derechas). ¡Ah!, las autonomías seguirían más o menos
igual pero las llamaríamos estados. También posiblemente, cosa que no
está clara, cambiaríamos el escudo y la bandera por la tricolor si nos
decidíamos por recuperar la de la II República, puesto que hay que
recordar que durante la I República siguió vigente la rojigualda.
Yo siempre he dicho que intelectualmente es difícil que
uno sea monárquico, porque por poco que se piense parece cuando menos
disparatado que secularmente provengan de una misma familia los jefes de
Estado.
Ahora vamos a lo práctico. Analizadas las cosas desde un
punto de vista particular, parece que Juan Carlos es un hombre que
mantiene estrechos contactos personales con muchos de los personajes
importantes del mundo, desde los financieros, hasta los monarcas
musulmanes, lo que según se dice ha sido capital en muchas ocasiones
para que las más importantes empresas españolas obtengan monumentales
contratas en el extranjero. Es de suponer que su hijo Felipe conserve y
aumente estas relaciones. Por otra parte, dicen los entendidos que la
monarquía nos sale mucha más barata que una presidencia de la república
que cambiara periódicamente.
Y desde el punto de vista general, analizada la historia
de España, parece que en los dos casos en que nos hemos regido por una
república la cosa no ha ido todo lo bien que se hubiera deseado.
Así que siendo pragmáticos, y aunque no se sea monárquico desde el
punto de vista intelectual o cardiaco, parece que lo más adecuado, al
menos en los tiempos que corren, es seguir con nuestra particular
república confederal coronada, llamada oficialmente monarquía
constitucional del Estado de las autonomías.