MADRID.- Mientras sus vasallos escupían sangre antes de morir
por una horrible peste o eran mutilados con alabardas en los campos de
batalla, los reyes europeos de la Edad Moderna se entregaban en palacio a
la fornicación con sus primas o salían de caza vestidos de gala para
ser retratados por el pintor de la corte. Para ellos apenas existieron
epidemias ni guerras, para desgracia de sus súbditos, pero para fortuna
de los genetistas Francisco Ceballos y Gonzalo Álvarez,
“el primer grupo en el mundo que se ha fijado en las dinastías reales
para entender mejor los efectos de la consanguinidad en las poblaciones
humanas”, en sus propias palabras.
Por su despacho en la Facultad de Biología de la Universidad de
Santiago de Compostela han pasado los Habsburgo, los Borbones, los
Valois, los Plantagenet y los Tudor. Las condiciones en las que vivieron
estos reyes apenas variaron a lo largo de cinco siglos, como si fueran
ratones de laboratorio de la historia.
Y sus árboles genealógicos —enredados por la política de concertar
matrimonios dentro de la familia para que el poder quedara en casa— han
sido minuciosamente detallados por los historiadores. “Las dinastías
reales europeas de la Edad Moderna son verdaderos laboratorios de
consanguinidad humana”, explica Ceballos.
Sus investigaciones van mucho más allá de la anécdota histórica.
Actualmente, el 10,4% de la población mundial es consanguínea, fruto de
relaciones sexuales entre familiares. Y esta consanguinidad tiene una
incidencia directa en la salud de la población. Factores asociados a
estas uniones entre individuos emparentados pueden estar detrás de
enfermedades raras, la hipertensión, el asma, la gota, la depresión, la
esquizofrenia, la úlcera péptica, el cáncer e incluso la predisposición a sufrir enfermedades bacterianas y autoinmunes, según enumera Ceballos.
Labios de camello
“La consanguinidad actúa a nivel del genoma, por lo tanto lo toca
todo e interviene en todo. Se puede aprovechar su estudio para conocer
cómo funciona el genoma y, en muchos casos, supone atajos para descubrir
las bases genéticas de las enfermedades”, subraya el genetista.
El coeficiente de consanguinidad del 20% de los matrimonios Habsburgo superaba al de una unión tío-sobrina
Ceballos y Álvarez acaban de publicar en la revista científica Heredity
el análisis de toda la dinastía de los Habsburgo, soberanos en Austria y
en España durante siglos. En una investigación que ya dura varios años,
los genetistas han analizado la descendencia de 71 matrimonios a lo
largo de tres siglos, entre 1450 y 1750. Sus resultados muestran que la
mortalidad de los niños menores de 10 años se incrementó en un 13,54% en
las familias de primos hermanos a causa de la consanguinidad. El 40% de
los matrimonios de los Habsburgo presentaba un coeficiente de
parentesco mayor que el de un enlace entre primos hermanos. En el 20% de
los casos superaba al de una unión entre un tío y su sobrina.
En algunas ocasiones, la consanguinidad era extrema, como ocurrió en
la pareja formada por el emperador Leopoldo I (1640-1705) y su sobrina
Margarita Teresa de Austria, protagonista de Las Meninas y
hermana de Carlos II de España. Sus hijos presentaron una consanguinidad
de 0.305, más alta que un enlace entre un hermano y una hermana (0.25).
El viajero otomano Evliya Çelebi conoció a Leopoldo I a mediados del
siglo XVII y se quedó sorprendido por el estado físico del emperador del
Sacro Imperio Romano Germánico. “Sus labios eran como los de un camello”, escribió.
Brujería genética
En un estudio anterior, publicado en 2009,
Ceballos y Álvarez mostraron que la rama española de los Habsburgo, la
Casa de Austria, que rigió España entre 1516 y 1700, desapareció a causa
de la endogamia provocada por el sexo entre primos. El último Austria,
Carlos II, llamado El Hechizado porque su estado raquítico se
atribuía a la brujería, murió a los 39 años sin dejar descendencia. Su
coeficiente de consanguinidad era de 0.25: el 25% de sus genes estaban
repetidos, porque había recibido la misma copia de su padre y de su
madre, Felipe IV y su sobrina. Sus genes eran un festín para las
enfermedades genéticas recesivas, como la acidosis tubular renal y la
deficiencia múltiple de hormonas pituitarias, que requieren dos copias
de un gen anormal para que el gen se manifieste.
Los expertos creen que el coeficiente de consanguinidad del rey Juan Carlos debe de ser mínimo
Los genetistas de la Universidad de Santiago de Compostela también
estudian en la actualidad la consanguinidad de los Borbones hasta el rey
Carlos III (1716-1788), pero guardan con celo sus resultados a la
espera de publicarlos en una revista científica. Sí adelantan que el
coeficiente de consanguinidad de Carlos III fue mucho menor que el de su
tocayo Austria. Mientras Carlos II de Habsburgo presentó una
consanguinidad mayor que la de un matrimonio entre hermanos, la de
Carlos III de Borbón fue de 0.0391, similar a la de un hijo de un
descendiente de dos primos hermanos (0.0625) y otro de primos segundos
(0.0125).
Los científicos no han llegado a estudiar los Borbones actuales,
aunque ya en 2009 Álvarez, catedrático de Genética, auguraba que “el
coeficiente de consanguinidad del rey Juan Carlos debe de ser mínimo”.
“La consanguinidad también tiene su cara buena, porque hace que los
genes malos salgan a la luz”, señala Ceballos. Sus investigaciones
muestran que la consanguinidad extrema de los Habsburgo favoreció al
cabo de varias generaciones la eliminación de genes perniciosos gracias a
la selección natural. Este fenómeno, conocido como purging, es
“un tema muy de moda a causa de la conservación de especies altamente
amenazadas, como el lince ibérico y el tigre”, según recalca el
genetista.
El purging podría explicar por qué Carlos II, El Hechizado,
fue incapaz de aprender a caminar hasta los ocho años, mientras que su
hermana Margarita Teresa no presentaba un estado de salud lamentable y
aparecía lozana en Las Meninas del pintor Diego Velázquez.