“Para mí (…) antes que nadie es el prestigio del Trono”, según
proclamó en el Congreso de los Diputados el diputado Plá hacia
principios del año 1843, siendo Reina Isabel II, llamada coloquialmente
“la de los Tristes Destinos”, después de la regencia del general
Baldomero Espartero.
Premio nacional de historia
La minuciosa y completísima biografía de la Reina Isabel II fue escrita
recientemente por la catedrática de Historia Contemporánea en la
Universidad de Valencia, Isabel Burdiel, publicada en Taurus y premio
nacional de historia 2011.
Ni el texto ni el contexto
La Monarquía en aquel tiempo, hace más de dos siglos, no puede ser
comparable -tanto en el texto como en el contexto- con la Monarquía
actual del Rey Juan Carlos I. Pero sí es cierto que el “prestigio del
trono”, o el de la Corona, es el mejor termómetro de cualquier reinado.
El carnicerito de Málaga
Desde que Juan Carlos de Borbón estuvo en condiciones de destituir a
Carlos Arias Navarro, presidente entonces del Gobierno -con un pasado
muy sangriento y conocido como el carnicerito de Málaga- lo hizo.
La legalidad de la dictadura
De acuerdo con la legalidad impuesta por la dictadura, el Rey nombró a
dedo a Adolfo Suárez -un oportunista ambicioso- que se despojó de
inmediato de su colaboracionismo con el Antiguo Régimen y se dedicó,
como jefe del Ejecutivo, a implantar una democracia homologable a las de
otros muchos países, comunistas incluidos.
La extrema derecha
El Rey y Suárez, con sus más y sus menos -como en todas partes-,
consiguieron sus objetivos. La presión de la ciudadanía contra la
dictadura iba subiendo por doquier y había que evitar al máximo la
violencia, como la de la extrema derecha, que provocó el asesinato de
los abogados progresistas de Atocha, y los sucesos salvajes de Vitoria y
Montejurra, entre otros.
Hartos del totalitarismo
Si el monarca -que fue entronizado por Franco- no hubiera traicionado la doctrina del fascismo made in Spain,
la transición hubiera sido traumática y cainita. Hartos del
totalitarismo de la Falange, del nacionalcatolicismo, de los poderes
fácticos y de la derecha en general, salvo excepciones, los españoles
optaron por la vía de la transición ordenada.
Época de esplendor
Quienes arremeten ahora contra la Constitución de 1978, deberían ser,
sin embargo, bastante más reflexivos. Nunca ha habido tanta democracia y
tantas libertades -incluidas las autonomías -en España como en esta
ocasión realmente histórica. Negarlo es de ignorantes o cínicos. Hubo
una época hasta de esplendor para el Rey, tras el 23-F, aunque algunos
pongan en cuestión cuál fue el papel del monarca ante aquel golpe de
Estado por fortuna fracasado.
El capitalismo salvaje
Pero la irrupción en 2008 de la crisis ha trastocado casi todo, como ha
sucedido en la mayoría de los países atrapados por el virus del
capitalismo salvaje o el neoliberalismo. De Grecia a Chipre, pasando por
Italia, España, Francia, Gran Bretaña, Portugal y el tutti quanti.
Un cúmulo de noticias negativas
En medio de una catástrofe económica y social como la de esta crisis
feroz, el descontento de los ciudadanos de a pie, que son mayoría,
emerge de forma imparable. Las instituciones, casi todas, se tambalean y
la indignación colectiva arrasa a tirios y troyanos. También a la
Monarquía, máxime cuando un cúmulo de noticias muy negativas para el Rey
y su entorno se han apoderado de la opinión pública.
Los dioses ya no ayudan a Juan Carlos I
La suerte le acompañó a Juan Carlos I en la transición y más tarde en el
mencionado 23-F. Pero ahora los dioses ya no le ayudan como antes. Lo
de su yerno Urgandarin es un inmenso regalo inesperado a cuantos son
partidarios -y con toda la razón de la lógica más elemental- de la
República. La Monarquía es un instrumento obsoleto que, antes o después,
acabará en el trastero de la política.
La avaricia conduce al abismo
La Casa del Rey ha cometido todo género de torpezas. La avaricia de
Urdangarin y la Infanta Cristina les va a llevar probablemente al
abismo. Las aventuras amorosas del monarca, que es el Jefe de Estado -no
lo olvidemos-, mezclando en el caso de Corinna lo privado con lo
público, sus escapadas cinegéticas para matar elefantes y otras
monterías no son más que gravísimos errores que erosionan al Rey. Evocar
a sus amigos financieros de los años ochenta y noventa es un ejercicio
tremebundo. La irresponsabilidad del Rey está yendo demasiado lejos.
Una balsa de aceite
El otro día, en la ciudad barcelonesa de Mollet, de más de cincuenta mil
habitantes, el pleno del Ayuntamiento votó en favor de la República. Un
dirigente del PSPV, Francesc Romeu, pidió el fin de la Monarquía y la
reaparición de la República. Las voces republicanas, hasta ahora más
bien silenciosas, van emergiendo como una balsa de aceite que se escampa
aun sin querer. Y así se multiplica paulatinamente el fervor por la
República y el desgaste de la Monarquía. O hay una larga cambiada o
adiós Monarquía, adiós.
(*) Director de elplural.com