jueves, 13 de diciembre de 2012

Monarquía y ejemplaridad / Jesús López-Medel *

Hay una foto célebre de 1948 (un año después de la Ley de Sucesión) de un niño rubio de familia real que llegaba en tren desde Portugal. La realidad de un país pobre y gris se reflejaba en los rostros morenos de los niños extremeños. El gesto del rubio expresaba gravedad y miedo. Era otoño y, en España, invierno. Llegaba al país que su abuelo y toda tu familia tuvieron que dejar en 1931. Volvía por designio de quien entonces gobernaba para formarse aquí y ser su sucesor. Su nombre sería escrito en su cuadernoazul queriendo dejar, con esa tendencia de todo personaje autoritario, que todo debe quedar atado y bien atado, aunque luego... 

No había monárquicos. Los perdedores de la guerra seguían siendo republicanos y desde el franquismo se alentaron recelos a aquella institución. El joven Borbón, con escasos leales, soportaría trampas y soledad. Su simpatía natural le ayudaría y, aunque la Constitución consagró la Monarquía, su legitimación democrática llegaría con el 23-F. Su actitud final de firmeza como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas abortó un golpe militar, cuando la mayoría de los altos mandos eran poco afectos a la democracia.
 
Pero de eso ha pasado mucho tiempo. De ese gesto se ha alimentado la Monarquía durante muchos años, ocultando los medios de comunicación algunas sombras. Eran años de prosperidad y muchos se beneficiarían de la realidad, descrita por un ministro, de una España donde podía hacerse dinero con facilidad y más rápidamente.

El tiempo nos deteriora a todos. También a las instituciones. Sobre todo si no se adaptan a los tiempos. La Monarquía era algo propio de la prensa rosa que nos exhibía la “felicidad” y multiplicaba la impresión de su ocio. La sociedad española siguió evolucionando pero no la institución hasta que quebraron los blindajes de silencios. El casoUrdangarin hizo saltar todo. Será la Justicia quien decidirá si hay condena, pero mientras tanto, y siendo benévolos, se puede calificar como escandalosa e indigna la trama organizada por el yerno real. Pero la sociedad española ya emitió de modo unánime su juicio.

Aunque la avaricia era inmensa y total la ausencia de ética, esos comportamientos están en el contexto de una España donde la corrupción e impunidad estaba -y está- muy extendida. Los ejemplos de donde aprender no se ocultaban tras unas montañas. Es revelador que, además de sablazos varios a quien encontraba en alguna recepción, su actuación tuviese como epicentro territorios levantinos y baleares dirigidos por gobernantes muy corruptos.

El problema es que este señor está casado con la hija del Rey. Aviso que tengo una simpatía especial hacia ella, particularmente por su actividad en la ayuda al desarrollo. Pero eso no impide que desde el respeto y la lealtad (tan malentendida por tantos cortesanos de la Casa y los partidos), debe advertirse que el desprestigio de la institución (reflejada en las encuestas) puede llevarse por delante la Monarquía si no reaccionan. Es ésta una institución muy tradicional cuyos pasos son propios de un elefante. Pero es tal la situación que una reacción tardía e insuficiente puede generar el clamor de que se vayan todos. Y yo no lo deseo pues pueden ser símbolo de unión de la España plural.

Lo revelado públicamente hace que las impresiones sobre la sentencia sean muy claras. ¿No va a reaccionarse hasta entonces? ¿Será de modo adecuado? Lo realizado hasta ahora, el simple alejamiento de actos oficiales (dando injustamente el mismo trato a la Infanta Elena) es sólo un cortafuegos. Pero muy insuficiente. El yerno sigue siendo miembro de la Familia Real (así figura en la página web) y lo será, aunque fuese condenado, mientras esté casado con la Infanta.

Y esa continuidad de una manzana tan podrida no se puede mantener. Y desde luego, tras la sentencia, tiene que ser inminente. ¿Y por qué no antes de que ésta se produzca y sea un clamor popular? Tampoco sería admisible reducir la Familia Real a sólo los reyes y príncipes herederos. Sería un ocultamiento vergonzoso. Saldría de la Casa Real si se divorciaran. Si se casaron “para lo bueno y para lo malo” y el tiempo no ha roto su amor, deberían seguir juntos. Pero es una decisión personal. En otro caso, debería producirse la renuncia de ella a sus derechos reales. Aunque su posición sea la séptima (Elena es la cuarta), debería abandonar la línea de sucesión. Si no, el daño a la Monarquía será demoledor e irreparable. A su padre y a su madre le debe la vida pero también su posición. El padre, jefe del Estado, sabrá hacerla reflexionar y ella seguro que será responsable y generosa en su renuncia.

En las actuaciones del yerno, Urdangarin usó claramente su posición y también el nombre de su esposa (que era también socia de una entidad mediante la cual se desviaba dinero) e incluso figuraba el secretario personal de la Infanta. No voy a prejuzgar el grado de implicación de ella, pero es evidente que de ese enriquecimiento ilícito e inmoral se benefició no sólo Iñaki sino también su esposa. La situación patrimonial de la familia se debe a esas actuaciones inmorales. Además de ese beneficio familiar, es indudable que ella no podía ignorar que su marido se enriquecía muy rápidamente y conseguía millones de euros para la sociedad conyugal. Es imposible que una esposa normal desconociese la fortuna que amasa su marido.

Dejando a un lado la izquierda minoritaria, pocos políticos han reaccionado con sensatez y valentía. Rosa Díez expresó que “los imputados y procesados, sin menoscabar su derecho a la presunción de inocencia, no pueden formar parte de ninguna institución. Esta máxima hay que aplicarla a todas las instituciones y la Casa Real no es una excepción”. Los mayoritarios, PP y PSOE se mueven entre la meliflua prudencia institucional y tener entre ellos tantos dirigentes corruptos. Mal servicio hacen así a la Monarquía parlamentaria constitucional. Como expresó el catedrático Torres del Moral, “la institución se basa en el prestigio” a lo que yo añado que si éste se resquebraja, aquélla quiebra. El director de El Mundo escribió hace un año un elocuente artículo: “Cuando el símbolo no simboliza”.

Ojalá se produzca una regeneración de la Corona que asuma los errores. Sueño con una Monarquía regenerada que pida disculpas, llame a su despacho especialmente a Rajoy y Rubalcaba (y otros como los de CiU) y, como jefe del Estado, les pida u ordene el fin de tanta corrupción o encubrimiento. Eso es un cáncer creciente y corrosivo de nuestra democracia y cada vez más el pueblo expresa, con razón, su indignación. Nos falta ejemplaridad. Su Majestad tiene una ocasión única no ya para un mero discurso navideño sino para regenerar la Corona desde su actuación ejemplar en ese caso podrido y aprovechar para exigir lo mismo a los dirigentes políticos. De un mal, sacaría un bien la Monarquía. Siempre que no sea muy tarde.

Con mi sincera lealtad, afecto y profundo respeto, Su Majestad.

(*) Abogado del Estado