MADRID.- Hubiera resultado casi impensable hace sólo unos años. Pero el profundo
malestar ciudadano por los efectos combinados de la crisis y los
recortes, y sobre todo el desplome de la credibilidad en la Corona a
causa de episodios como el caso Urdangarín o la cacería de
elefantes en Botsuana, han convertido las expresiones públicas de
rechazo a la familia real en una imagen habitual. Felipe de Borbón y su esposa, Letizia Ortiz,
fueron abucheados la semana pasada a su llegada al teatro Campoamor de
Oviedo para presidir la entrega de los Premios Príncipe de Asturias. Y
una sonora bronca recibió ayer a la reina Doña Sofía en la Lonja de Valencia, que albergó la ceremonia de los Premios Jaime I, reflexiona hoy 'El Confidencial'.
La
de ayer fue la tercera exhibición de hostilidad hacia un miembro de la
familia real en poco más de un mes. El pasado 17 de septiembre, los
abucheos a los Príncipes eclipsaron el acto de inauguración del curso escolar
en un colegio público de Fuensalida (Toledo). Es cierto que el grueso
de las expresiones de descontento fue dirigido contra el ministro de
Educación, José Ignacio Wert, y la presidenta de Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal,
por los recortes educativos. Pero el heredero y su esposa tampoco se
libraron de la ruidosa pitada que les dedicó un nutrido grupo de
estudiantes, profesores y padres de alumnos, una representación de esa
España cabreada cuya confianza en la clase dirigente está bajo mínimos.
Quienes
peor parados están saliendo de esta creciente espiral de descontento
popular son los Príncipes de Asturias, precisamente las dos figuras que
la Casa del Rey trata de proteger y potenciar, dada su condición de
futuros Reyes de España. La paradoja es que, al tener una agenda oficial
mucho más intensa, Don Felipe y Doña Letizia son también los miembros
de la familia real más expuestos públicamente y, por tanto, los que
sufren un mayor desgaste. El pasado mes de mayo, la pareja ya fue
increpada por un grupo de ciudadanos cuando recorría las casetas de la Feria del Libro de Madrid, pocas horas antes de que el Príncipe, esa misma noche, aguantase impertérrito los silbidos al himno nacional y las burlas al Rey durante la final de Copa en el estadio Vicente Calderón.
El contacto directo de Don Juan Carlos con la ciudadanía en actos públicos se ha visto sensiblemente reducido desde el estallido del caso Urdangarín
y el escándalo provocado por el safari en Botsuana. Una de las razones
de esa agenda menguante está, obviamente, en el desgaste del monarca
provocado por la edad -el próximo 5 de enero cumplirá 75 años- y por sus
intervenciones quirúrgicas, las dos últimas hace tan sólo seis meses,
tras romperse la cadera durante la polémica cacería africana. Pero hay
otro argumento de peso, menos evidente, para justificar su progresivo
alejamiento de la calle: preservar en lo posible su figura de jefe del
Estado de la ira popular. Esa estrategia explica que en los últimos
meses el Rey haya limitado su agenda oficial, casi en exclusiva, a
audiencias en La Zarzuela y viajes al extranjero.
Esfuerzos baldíos
Los esfuerzos de la Casa del Rey por relanzar la imagen de la Corona y rescatarla de los estragos causados por el último annus horribilis no
han calado en amplias capas de la sociedad, a juzgar por las continuas
muestras de rechazo en la calle. Ningún gesto de La Zarzuela parece
suficiente para acallar ese imparable malestar: desde el castigo a Iñaki Urdangarín,
apartándolo de la agenda oficial de la familia real y forzando su
salida de Telefónica, a las disculpas públicas del monarca por la
cacería en Botsuana, pasando por la mayor transparencia en las cuentas
de la institución monárquica, el recorte en su presupuesto o el diseño,
mucho más moderno, de la nueva web de la Casa Real. Todo parece quedarse
corto.
La Casa del Rey asiste con una mezcla
de estupor y resignación a esta escalada de animadversión ciudadana, que
unas veces se expresa de forma espontánea y, en otras ocasiones,
responde al llamamiento de grupos organizados, ya sean sindicatos,
colectivos de funcionarios o miembros de plataformas como el 15-M.
"Cuando la calle está incendiada, como ocurre ahora, hay que aguantar y
poner buena cara", asegura un portavoz de La Zarzuela. "Frente a ese
malestar no podemos hacer mucho más, salvo ser más selectivos a la hora
de confeccionar la agenda oficial", añaden las mismas fuentes.
Tampoco
ayuda a rebajar la tensión el hecho de que los miembros de la familia
real vayan siempre acompañados en sus apariciones públicas, como es
preceptivo, por un miembro del Gobierno o alguna autoridad autonómica,
ya que son éstos los que suelen atraer las mayores muestras de rechazo y
descontento. Ayer en Valencia, por ejemplo, las banderas republicanas y
los pitos con que fue recibida la Reina por un centenar de ciudadanos
se mezclaron con los gritos de "¡ladrones!" dirigidos al presidente de
la Comunidad Valenciana, Alberto Fabra, y a la alcaldesa de la ciudad, Rita Barberá.