martes, 23 de octubre de 2012

1625, el año milagroso de la monarquía hispánica / Michael Neudecker

El año 1625 fue un año mágico para la Monarquía Hispánica de Felipe IV, un coloso en el que nunca se ponía el sol, pero que se sostenía sobre pies de barro. Ese año todo salió bien a pesar de que la vuelta a la guerra en Flandes, los constantes ataques holandeses hasta en los lugares más remotos del imperio y la eterna crisis financiera ponían en peligro la hegemonía hispánica. Pero el nuevo rey y su valido, el Conde Duque de Olivares, tenían un plan para recuperar lo más preciado para ellos en el mundo: la reputación.



Aunque a primera vista había heredado un coloso impresionante e invencible, Felipe IV tenía un serio problema mantener la viabilidad de su imperio que heredó de su padre, Felipe III, en 1621. Sus posesiones abarcaban las coronas de Castilla, Aragón, Portugal, el Reino de Nápoles y Sicilia, Milán, Flandes, el Franco Condado en Francia, e inmensas colonias en América y en Asia que le proporcionaban oro, plata y especias.

Sin embargo, este imperio sufría por lo mismo que parecía invencible: su inmensidad y heterogeneidad impedían un gobierno coherente y centralizado. Cada reino y corona, aunque tenía al mismo monarca, mantenía sus peculiaridades tanto culturales (idiomas, costumbres) como legales, con cortes propias, las únicas instituciones con capacidad para aprobar la recaudación de los impuestos. Estos necesarios para pagar a los soldados que defendían y mantenían unido al imperio, y no todos los territorios estaban por la labor de imponer unos impuestos altos a sus súbditos.

Esto dejaba poco margen de actuación al rey, pero su valido –lo que en el futuro se conocería como Primer Ministro o algo parecido- tenía un plan: recuperar la “reputación” de la monarquía y, a través de ella, imponer una reforma política que unificara paulatinamente a los diferentes reinos. Mejor dicho, que repartiera mejor los esfuerzos fiscales del conjunto del imperio entre las zonas que en ese momento apenas contribuían al coste de las guerras y las que, como Castilla, estaban casi arruinadas.

El ‘Rey Planeta’

Para empezar, Olivares ideó un eslogan para Felipe IV con la idea de que su figura trascendiera la de sus reinos. Ya no sería el rey de Castilla, Aragón, Portugal, etc. Simplemente se haría llamar el “Rey Planeta”. Toda una declaración de intenciones de un joven monarca que al llegar al trono sólo contaba con 16 años.

Pero este título universal necesitaba un lugar apropiado y digno donde centralizar su poder. Para ello recuperaría la corte en Madrid, tal y como la había establecido su abuelo Felipe II, aunque le añadiría un palacio monumental, con unos jardines inmensos y unas salas de recepción que impresionaran a los embajadores extranjeros: el Palacio del Buen Retiro. Todo un decorado para la gran representación del “Rey Planeta”.   

La reputación ya tenía un lugar, ahora necesitaba un contenido, y este se lo debían dar las armas. Y las victorias llegaron, todas a la vez y el mismo año. En 1625.

La primera fue en Brasil contra los holandeses. La Monarquía Hispánica y Holanda habían vuelto a la guerra en 1621, poco antes de la subida al trono de Felipe IV, tras una tregua de doce años. En ese periodo ambas partes se habían beneficiado de la paz, pero los holandeses más. Estaban ganando cada vez más riquezas y fuerza, y el sueño católico de tiempos de Felipe II de vencer y recuperar ese territorio de Flandes para la corona y la Contrarreforma se iba alejando. Además, el éxito comercial holandés les llevó a todo el mundo, incluidas las colonias hispánicas y portuguesas, convirtiéndose en duros competidores. La reputación del imperio estaba en juego, y al final se volvió a la guerra.

Los holandeses atacaron aquellos lugares que les parecían estratégicos, y uno de ellos era la costa de Brasil. Esta colonia portuguesa, mal defendida, era un lugar perfecto donde comenzar la propia expansión en el nuevo mundo. Así, en 1624 Holanda conquistó la ciudad de Salvador de Bahía. Pero la respuesta no tardó en llegar. El mismo año una expedición hispanoportuguesa llegó a Bahía y la recuperó en poco tiempo, en mayo de 1625.


Victoria en Flandes

La siguiente victoria también fue contra los holandeses, pero en su propia casa. El 5 de junio de 1625 cayó Breda, la impresionante fortaleza en el corazón de Flandes. Fue una victoria importantísima, sobre todo por el dinero que se ahorró. En los siglos XVI y XVII la guerra había cambiado mucho y apenas se daban batallas campales. La presencia de cañones y mosquetes encarecían muchísimo las guerras que llevaban a cabo mercenarios muy caros también. Las ciudades se atrincheraron tras anchísimas ciudadelas y fortines que solamente se podían conquistar tras largos y costosísimos asedios de final incierto.

En Flandes, un territorio pequeño y plagado de ciudades, esto suponía que había una fortaleza cada pocos kilómetros. La única opción era conquistarlas de una en una, algo que siempre se sabía cómo empezaba pero nunca cómo terminaba. Tenían las mismas posibilidades de éxito asediados como asediadores. Las enfermedades, el hambre y la falta de paga podían dar al traste y deshacer a todo un ejército. Ambrosio de Spínola, el comandante genovés al servicio de Felipe IV en Flandes lo sabía, por lo que temía que si sus soldados dejaban de cobrar podían, simplemente, marcharse. Y las comunicaciones y la logística en esa época eran simplemente horribles. Pero Breda cayó tras un largo asedio.

 

Salvador de Bahía y Breda, dos victorias importantes contra los enemigos holandeses. Quedaba la tercera, la definitiva. En noviembre de ese año milagroso los holandeses y sus aliados los ingleses quisieron devolver el golpe atacando a la propia Península Ibérica y, lo más importante, atrapar el tesoro que venía de América e interrumpir el comercio con las colonias. Es decir, un ataque a la espina dorsal del imperio. Si no llegaban el oro y la plata de las minas americanas no habría paga para los soldados que ganaron en Breda y en Brasil, y lo ganado ese año se perdería.

El objetivo escogido fue Cádiz. Unos 10.000 soldados enemigos desembarcaron para tomar la ciudad, pero estuvieron tan mal coordinados y preparados que fueron repelidos perdiendo a muchos prisioneros y barcos. Fue la guinda en el pastel del Rey Planeta.



Tres victorias para la historia

Salvador de Bahía, Breda y Cádiz. Tres batallas victoriosas para el imperio que rápidamente iban a servir de propaganda para la política del Conde-duque de Olivares de restaurar la reputación de la Monarquía. Para ello mandó a tres pintores (Maíno, Velázquez y Zurbarán) que retrataran las victorias en tres grandes lienzos con el objetivo de exponerlos en el futuro Salón de Reinos, en el Palacio del Buen Retiro. Para recordar a los enviados extranjeros con quién estaban tratando.

Todos los cuadros se terminaron y expusieron más o menos al mismo tiempo, entre 1634 y 1635. Pero para entonces las tornas estaban a punto de cambiar. Ese año el ambicioso e inteligente valido del rey de Francia, el cardenal Richelieu, intervino directamente en la política europea con el objetivo de debilitar y derrotar a los Habsburgo, sus enemigos mortales, tanto en España como en Alemania en la Guerra de los Treinta Años. Nuevos escenarios, nuevos enemigos, más gastos.

Así, en 1635 empezó la guerra entre Francia y la Monarquía Hispánica, un reto que acabó por arruinar y derrotar definitivamente al imperio que, además, en 1640 vio cómo en Portugal y en Cataluña surgieron dos sublevaciones contra la política de Olivares de unificar los esfuerzos de guerra.

En 1625 un muy joven Felipe IV vio cómo su reinado comenzaba con una serie de victorias importantísimas que encajaban perfectamente en la nueva ideología imperial que había ideado el Conde-duque de Olivares. Pero no dejaron de ser victorias efímeras. Al final el imperio resultó ser demasiado grande y la Monarquía Hispánica demasiado pobre.

La inutilidad de la Monarquía / César GSF

Para las generaciones jóvenes, víctimas de la Logse, poco puestas en latines y menos aun en filosofías, he de aclarar, de entrada, que la frase que titula este humilde trabajo, traducida al español, significa “La Monarquía ha de ser destruida”. La frase quedó para la historia por ser el título de un artículo que publicó en el desaparecido diario “El Sol”, allá por 1930, uno de los pensadores más importantes de España y quizás de la Europa del siglo XX: José Ortega y Gasset… Con el permiso de don José y salvando las distancias, le tomo la palabra, desciendo no pocos peldaños en la escala intelectual -los que me corresponden medido con tan alta figura- y aterrizo en este penoso panorama de la España del 2012, tan triste e incierto como aquel de 1930. Y es que parece que aquí no aprendemos nada, que estamos atrapados en un bucle temporal, tan absurdo y estéril como la rueda del hámster, que por mucho que gire no le lleva a ninguna parte. Condenados a repetir siempre los mismos o parecidos errores…
 
Un servidor de ustedes, hasta hace bien poco, estaba adherido a la tesis oficial de que la Monarquía nos garantizaba una estabilidad, que blindaba la navecilla de la Nación ante los envites de nuestra procelosa historia… Había de ser la garante de la paz y unidad entre todos los españoles… Y así pareció funcionar durante cerca de tres décadas… Es también verdad que durante esos años se ocultó mucha basura bajo las alfombras, que se sembraron los gérmenes que han florecido en la actualidad… Pero… no obstante, a algunos, quizás ingenuamente, nos parecía que “la botella estaba medio llena”, y optamos por acogernos a la conocida plegaria mariana del tullido que rezaba aquello de “Virgensita, por favor, déjame como estoy”… Mejor parecía “no meneallo”.

Ese idílico panorama, en los últimos tiempos, se ha desvanecido casi por completo, mostrándonos la cruda realidad de que no navegamos en un batel medianamente seguro, sino en una balsa podrida que hace aguas por todas partes y amenaza con hundirse y dejarnos abandonados en medio del océano… El sistema parece haber entrado en barrena, y a ello ha contribuido no poco la nefasta gobernanza durante ocho años del “contador de nubes”, que destruyó el espíritu conciliador de la Transición, resucitando los peores rencores de nuestro pasado. Pero ahora no voy a hablar de ese sujeto, hoy ya afortunadamente retirado y dedicado a tiempo completo a la tarea de ese conteo nuboso para el que, sin duda, está tan bien dotado. Nunca debió dedicarse a otra cosa… Pero no es de políticos profesionales de quienes quiero hablar aquí… Esta larga introducción pretende acercarse al análisis de lo que ocurre en la más alta instancia de la Nación: La Corona.

Para este que escribe, lo peor de la situación actual, más allá del mal momento económico, de la recesión, más allá de los seis millones de parados; consiste en la amenaza o, mejor dicho, inminencia de la secesión de Cataluña y… del País Vasco que vendrá detrás ( o delante, quién sabe ). No voy a comentar aquí la magnitud del desastre, evidente para todo el que tenga algo de juicio; desastre no sólo moral, sino de quiebra de las garantías jurídicas, personales, familiares, laborales, económicas, de todo orden, que supondría esa tragedia… Uno esperaba una reacción acorde con la gravedad del órdago separatista…, una reacción de aquellos que están obligados a ello por mandato constitucional, por razón de su cargo, por el sueldo que les pagamos los contribuyentes… y por su honor, si es que lo tienen. Dejemos aparte la decepcionante actitud tibia y evasiva de don Tancredo -perdón, quise decir don Mariano-, que sin duda merece estudio aparte… y centrémonos, como ya he dicho, en La Corona…

¿Qué pasa en La Corona?… Pues si nos atenemos a lo que dicen y muestran, bien poco… Parece como si la cosa no fuera con ellos. Se han limitado a colgar de su página web un comunicado descafeinado y ambiguo que se puede interpretar en diversas claves según el gusto del consumidor. Hace pocos días, la máxima autoridad del Estado vino a Barcelona y fue objeto de desplantes varios por el sátrapa nacionalista que gobierna esto y… la cosa pareció hacerle mucha gracia… Campechano que es el hombre.

He aquí un par de “perlas” vertidas en el contexto de los fastos de las celebraciones del pasado día 12 de Octubre, que encaramos con humor, ya que, de otra forma, serían como para llorar a moco tendido:

- A preguntas de periodistas acerca de la situación actual:

“EL JAMÓN ESTÁ MUY BUENO”… Sí, esta aguda observación fue formulada poco después de finalizado el desfile de la Fiesta Nacional… He estado consultando a ver si es que el jamón pudiera tener alguna vertiente estratégico-militar para relacionarlo así con el desfile… Es posible que sí, que el jamón constituya una potente arma disuasoria de primer orden contra el islamismo radical, y más si lo unimos a sus parientes de pueblo, algo más rústicos, pero sabrosos: el chorizo y la morcilla, la sobrasada mallorquina, sin olvidar, claro está, la butifarra catalana… Pero no todo el jamón está muy bueno, habría que responder al artífice de ese hallazgo ontológico, está muy bueno si es ibérico y mejor aun si se trata de un 5 jotas y… si además ha sido pagado con cargo a los presupuestos generales del estado, ¡sin duda debe saber a gloria bendita!

-El “Delfín”, también en el contexto de un coloquio campechanote, con altas dosis de borboneo:

“CATALUÑA NO ES NINGÚN PROBLEMA”… ¡Hay que ver qué sabias inspiraciones vinieron a iluminar en el día de la Fiesta Nacional a estas las mentes privilegiadas! ¿Acaso fue un efecto colateral de ese jamón tan bueno?…

-En esa misma celebración de la festividad del 12 de Octubre, se abroncaba al Gobierno por unas frases vertidas días antes por el Ministro de Educación, y consideradas poco correctas políticamente por la Alta Institución… ¡No sea que se vayan a enfadar los independentistas! ¡Son tan delicados los pobres!

Todas estas salidas parecen revelar la tentativa de la Alta Institución de caer simpática a los secesionistas… ¿Qué esperan? ¿Les han prometido algo? ¿Acaso creen que en unos futuribles reinos de taifas, el rey de España (o de lo que quede) será también el rey de Cataluña, el rey de Euskadi, etc.? ¿Aspiran quizás a una “commonwealth-ita” de nacioncitas a gusto y medida de sus interminables ocios, que les garantice, emulando en plan modesto a su Graciosa Majestad Británica, ir de aquí para allá disfrutando de un variado y ameno parque temático vacacional?: Hoy a esquiar a Vaqueira, al reino de Catalunya; en verano a navegar a Mallorca, en el reino de les Illes, también catalán, por supuesto; luego un divertido sarao en Madrid, en el reino de España; después quizás una cacería con fiesta flamenca añadida en el reino de Al-Andalus…, etc., etc., ¿Es ese el futuro en el que sueñan?

En todo caso, esos gestos de la Corona, parecen revelar cuál es su verdadero talante, su escasa o nula intención de implicarse en lo que constituye su última, y acaso única, razón de ser: LA DEFENSA Y GARANTÍA DE LA UNIDAD DE LA NACIÓN ESPAÑOLA. Sin eso, la Monarquía no es nada, solamente un baile de disfraces, una fiesta de buena sociedad, tema para la revista Hola y similares… Sin eso, no le deberemos nada a esta Monarquía: ni lealtad, ni respeto, ni un sólo céntimo del presupuesto que les pagamos los contribuyentes… Esto deberían tenerlo bien claro.

Ahora, haciendo un alarde de imaginación, quiero situarme mentalmente en “el día después”; sí, en ese hipotético y desgraciado “día después” de que haya quebrado la unidad nacional…, que este que suscribe no desearía en modo alguno vivir… Si para entonces estamos aun por este perro mundo, si no nos hemos matado a palos, si no estamos en la cárcel o… Dios sabe dónde, yo me veo ya como ciudadano español de una futura España refundada como república, convertido en un convencido republicano, pero no de la primera ni de la segunda repúblicas, que fueron un horror, sino de una futura república dedicada a la reconstrucción, o mejor “refundación”, de España; gritando, como en su día el general Prim, “¡No más borbones!” y, naturalmente, con don José Ortega y Gasset: “¡¡¡Delenda est Monarchia!!!”