MADRID.- Es historiador de la Música -tiene publicados varios trabajos- y desde
niño tiene un interés por todo lo que rodea a la Monarquía aunque no
pensaba que terminaría escribiendo un tratado sobre ella. Sin embargo,
una peculiar concatenación de circunstancias -narrada con todos los
detalles en el libro que ha escrito junto a Óscar Hernández- hizo que
acabara en sus manos uno de los ensayos del recientemente fallecido Eric
Hobsbawm, La invención de la tradición. Tradición, un concepto del que
ha prescindido la Monarquía de don Juan Carlos en la práctica totalidad
de sus facetas: Un inmenso error, según el canario Miguel Ángel Aguilar Rancel, para quien una
recuperación razonable y dimensionada de cierta representatividad
simbólica y una vuelta a las esencias serviría para que la Institución
recupere una popularidad y respeto entre los españoles. Lo entrevista 'La Gaceta'.
-¿Por qué se sitúa la Monarquía actual española en las antípodas de lo que tiene que ser una Monarquía?
-De entrada, está el gusto personal del rey y la reina por la
simplicidad. Eso influye. Luego, por parte de ellos y de sus primeros
asesores, tal vez había un elemento de cálculo político en el sentido de
pensar que un perfil bajo, tanto cualitativo como cuantitativo, haría
más popular a la Monarquía. Se han equivocado.
-También había una voluntad nunca ocultada de ruptura con el pasado.
-Pensaron que empezaban ex novo porque había un disgusto con el conde
de Barcelona, desde el momento en que don Juan Carlos acepta ser sucesor
de Franco a título de rey. Tampoco se puede obviar la ruptura con lo
anterior.
-En la Constitución: “Don Juan Carlos de Borbón, heredero legítimo de la dinastía histórica...”
-Y lo es: heredero legítimo del heredero legítimo de Alfonso XIII.
También tengo la impresión de que en esos momentos -los inicios de la
Transición- los políticos y los asesores de la Casa Real tenían un
background franquista; no eran personas vinculadas emocionalmente con la
Monarquía. Ni Adolfo Suárez, ni Torcuato Fernández-Miranda, ni Sabino
Fernández-Campo.
-¿Cómo actuaban?
-Por realismo y por lealtad política. No sabían lo que era una
Monarquía occidental y no creo que les interesase particularmente. Y
algunos que han seguido en la Casa del Rey funcionan más como asesores
políticos que como oficiales de una Monarquía. Eso ha tenido relevancia
en el diseño de un modelo como el que tenemos en este momento.
-¿Qué tiene de franquista el ritual de la Monarquía actual española?
-Se han perpetuado varios rituales.
-¿Como cuáles?
-El día de las Fuerzas Armadas, el día de San Fernando o la Pascua Militar.
-Esta última la creó Carlos III.
-Sí, pero Franco instauró rituales nuevos y desempolvó algunos de la
Restauración. Y los monarcas actuales fueron a beber a los que había
justo antes, es decir, los rituales de Franco, recuperados o no de la
Restauración. Una vez recuperados, se han adaptando al nuevo desarrollo
institucional del país. Unos se quedan y otros desaparecen como la
celebración oficial de la onomástica real.
-La recepción que se ofrecía en el palacio de Oriente el día de
san Juan acabó teniendo un tufillo cortesano (la misma gente, todos los
años, y en el mismo sitio), justo lo que don Juan Carlos y doña Sofía
querían evitar.
-Esas son los motivos que entonces invocó la Zarzuela y no acertaron. Me parece una bobería.
-¿Por qué?
-Vamos a ver, la Monarquía es una institución pública y tiene que estar
en contacto con las élites en el sentido más amplio del término. En
todas las monarquías occidentales, y también en la japonesa, varias
veces al año el Soberano y su familia se reúnen con representantes
sociales: recepciones de Año Nuevo o al Cuerpo Diplomático, por ejemplo.
Hay muchas formas para que la Institución que representa al Estado y a
la Nación esté en contacto con las élites políticas, económicas y
culturales.
-¿Tan importante es seducir a las élites?
-Hay historiadores que afirman que la pérdida de contactos con las
élites ha sido decisiva en las caídas de monarquías como la francesa en
1789, la rusa en 1917 o la italiana en 1946. Pasaron a un ámbito de
excesiva privacidad. Es una lectura como otra cualquiera pero la
Monarquía es una institución pública.
-Usted critica la renuncia a la tradición y la asepsia
simbólica, pero está bien en las monarquías en las que no ha habido
interrupción. ¿No se imponía en España una ruptura con el pasado en las
formas monárquicas?
-No se puede construir una Institución renunciando a lo que es su
esencia. En el caso de la Monarquía, se trata de una institución
representativa, de carácter moral pero también simbólico. Renunciar a
las formas que le dan sentido no lleva a ninguna parte. Es la
consecuencia de un cálculo político errado. En el momento en que
empezaron a reinar, la gente estaba en situación de esperar un modelo
monárquico occidental clásico, como en los Países Bajos o Dinamarca.
-¿Está diciendo que se tenían que haber ido a vivir al palacio de Oriente?
-Sin duda.
-¿Hubiera entendido la sociedad española un hipotético traslado a ese palacio?
-Perfectamente. La gente que no esperaba nada, no lo sé. En cambio, los
que esperaban algo, hubiesen apreciado que se instalasen allí: al fin y
al cabo, el Palacio Real es la residencia metropolitana de la Monarquía
española. Además, hay suficientemente espacio como para hacer unos
apartamentos modernos.
-Entonces no solo se alegó la necesidad de un cambio radical de estilo sino también medidas de seguridad.
-Fue una excusa: muchas residencias reales y gubernamentales en Europa
están ubicadas en el centro urbano. ¿Problemas de seguridad? Siempre los
hay pero se pueden contrarrestar con nuevas medidas.
-El debate resurgió cuando se construyó la actual residencia
del príncipe de Asturias: unos dicen que tenía que haberse ido a vivir a
un edificio histórico de la Monarquía española; otros, sin embargo,
argumentaron que los príncipes de Asturias siempre han innovado en
materia arquitectónica.
-Puede. Pero la residencia actual es de un gusto arquitectónico pésimo.
Además, supuso un enorme gasto cuando se pudo haber adaptado otros
edificios de Patrimonio Nacional. La innovación estaría bien si se
tratase de una arquitectura de calidad. Pero es que esa arquitectura no
innova nada. Fue otra de las malas opciones que tomó la Zarzuela.
-¿Qué consecuencias ha tenido?
-Supone, entre otras cosas, una suerte de lastre: ¿qué va a hacer el
príncipe cuando suba al Trono? ¿Seguir viviendo en ese edificio vulgar o
cambiarse a la Zarzuela que también es vulgar?
-Habla de vulgaridad y de asepsia simbólica. Sin embargo, esa
sencillez proyectada por los reyes les ha granjeado mucha popularidad;
al menos, hasta los últimos escándalos.
-Sí, se ha aducido con frecuencia. Es verdad que les ha funcionado
porque lo han vendido como tal. Lo cual no quiere decir que habiendo
elegido otro modelo este hubiera sido igual de cordial: un poco de
esplendor y de respeto de las formas, cuando las circunstancias lo
requieren, no están en absoluto reñidos con la cordialidad. Si eso se
presenta de forma normal desde el comienzo, la gente lo hubiera podido
aceptar.
-¿No ha servido el modelo de comunicación que se ha venido siguiendo desde 1975?
-Me temo que el modelo -fruto de un cálculo político y de la forma de
ser de los reyes- era cortoplacista: ahora se ha visto que España es un
país sin monárquicos. Pero no habrá monárquicos sin los signos externos
de una Monarquía.
-Hace pocos días, en el acto de entrega de la Laureada de San
Fernando, ceremonia tradicional donde las haya, la princesa de Asturias
parecía aburrirse.
-Pues tendrá que aprender a no aburrirse. Alguna de sus funciones serán
así No debería quedarle otra que ese tipo de funciones tradicionales,
por reducidas que sean; algunas tendrá que desempeñar. También las
desempeñan el presidente francés o el italiano. Forman parte de las
tareas de un jefe de Estado.
-¿Dedica demasiado tiempo el príncipe de Asturias a los foros tecnológicos y poco a actos más propios de la Monarquía?
-No lo sé. En todo caso, la imagen le ha venido dada por la Casa de su
padre y el no ha hecho sino insertarse dentro de esa dinámica. Creo que
desempeña sus funciones con dignidad, aplomo y cordialidad pero es
lógico que no haya adoptado lo que no ha visto.
-¿Qué aportaría esa vuelta a la tradición por la que usted aboga?
-Mucho. Lo que pasa es que con esta crisis no es el momento. Ahora, una
recuperación dimensionada -insisto en lo de dimensionada- de
tradiciones la gente lo interpretaría en clave de coste. Sin olvidar que
es una labor que han dejado pasar durante mucho tiempo. Suponiendo que
se lo plantearan -no lo tengo nada claro- no puede ser ahora.
-¿Se podrá?
-En un panorama económico más saneado, se podría, si los nuevos reyes
lo consideran oportuno y sí se cuestionan por qué España es un país de
juancarlistas y no de monárquicos.
-¿No habría que echar un poco de culpa una sociedad española, pasota y reacia a todo lo que huela a ceremonia a tradición?
-Por eso digo que habría que hacerlo muy poco a poco. España parece
algo pasota, sí, pero las poblaciones se convierten un poco a lo que se
les acostumbra. Y no cabe esperar de las Monarquías lo mismo que de los
políticos.
-¿Y ninguna de las novedades ha aportado algo positivo?
-El príncipe de Asturias, por lo menos, tiene un punto de reserva que evita la excesiva campechanía del rey.
-¿Ha sido contraproductiva la campechanía?
-A largo plazo, sí. Recordemos los graves incidentes -los de las quemas
de banderas- de finales de 2009, en los que se dieron unos insultos a
la Institución impensables en cualquier otro país europeo. En una de las
algaradas, unos manifestantes pusieron boca abajo un retrato del rey en
el que se podía leer El Campechano.
-La campechanía puede generar una simpatía o un cariño...
-... a corto o medio plazo, un cariño personal al rey, sí, pero, a largo plazo, le hace perder respeto a la Institución.
-Siguiendo con el respeto, la princesa se queja de que se habla
mucho de sus trajes y tacones y poco de su actividad. ¿A qué se debe?
-Puede tener razón pero siempre habrá una prensa a la que le interesará
su aspecto y su imagen porque la imagen es parte de la Monarquía. Por
otra parte, ¿en manos de qué periodismo está la Monarquía en este
momento? De la prensa del corazón.
-O sea, que sobran cronistas sociales y faltan analistas
políticos de la Corona como un Nicholas Witchell en la BBC o un
Christian Laporte en Bélgica.
-Absolutamente. En las tertulias políticas, los comentaristas hablan de
todo pero, como la Monarquía no les interesa, cuando hablan de ella, no
saben nada.
-¿No es la Monarquía política al fin y al cabo?
-Sí, por eso tendrían que saber algo. Por otro lado la prensa del
corazón es un foro tóxico que se caracteriza por la ignorancia, la
desinformación brutal y por la banalización de la Institución. Y eso que
los especialistas existen pero no se les llama.
-¿Se debe a la campechanía que la clase política se tome
ciertas libertades para con el rey? Hacerle esperar dos horas para
comer, como hicieron los presidentes autonómicos en 2005...
-....y además el rey los recibió con carcajadas. Todo un síntoma.
-Esa campechanía también sirvió para meterse a muchos políticos en el bolsillo durante la Transición.
-Es cierto pero me parece que esa variable se ha magnificado esa
variable cuando lo importante en el rey es su compromiso con la
democracia y su amor a España. Solo con eso, se ha ganado a mucha gente.
-¿Se podrá seguir ganando a tanta gente con tan pocos miembros de la Familia Real en activo?
-Será más complicado por la sencilla razón de que la Monarquía es una
institución familiar y si bien cada soberano impone su impronta, tampoco
podemos convertirla en algo que no es. Con una Familia Real tan
reducida la Corona dispone de menos posibilidades para mostrarse en
público. Si la Monarquía no ocupa un espacio, lo ocuparán los políticos.